No, no voy a hablar de la trilogía de John C. Wrigth.... no tengo por costumbre leerme sagas que no han sido publicadas en su totalidad (Juego de Tronos es la excepción, claro… y bueno.. Geralt de Rivia… y…).
Todos hemos vivido una edad de Oro en algún momento. Un momento maravilloso en el que todo era perfecto. En el que todo salía bien, y si no era así nos lo parecía de todas formas. Un momento en que cada momento era tan precioso como el oro… aunque no nos diéramos cuenta. Y es al pasar los días, los meses, los años… que volvemos la mirada al pasado y nos preguntamos cómo pudo cambiar todo tanto.
A veces es porque nosotros mismos hemos cambiado, y nuestra forma de ver las cosas es distinta. Cambian nuestros intereses y nuestras necesidades. A veces, lo que cambia es el mundo, la gente de nuestro entorno. Lo que en un principio eran distintas formas de ver la vida, se convierten en diferencias irreconciliables.
A veces llega un momento en que uno debe elegir, si permanecer fiel al recuerdo de esa edad dorada, y aguantar el chaparrón, asimilarlo, asumir que las cosas cambian y seguir adelante como si nada, o bien permanecer fiel al espíritu de aquella edad dorada, y romper con el pasado, arrancar la semilla del fruto corrupto y plantarlo para crear una nueva vida. Aceptar que todo viene y todo va, y que las edades de oro no son más que una ilusión del momento, que cada momento es el mejor momento de nuestra vida, o el peor, según nos lo propongamos. Aceptar que hay lugares que es mejor no visitar, gente con la que es mejor no hablar, cosas que es mejor no comer, gente a la que NO hay que votar. Aceptar, que hay cosas que nos convienen más, actitudes que nos favorecen, gente que nos complementa, actos que nos enriquecen.
Aceptar, en fin, que por las buenas o por las malas, a veces toca madurar.
Todos hemos vivido una edad de Oro en algún momento. Un momento maravilloso en el que todo era perfecto. En el que todo salía bien, y si no era así nos lo parecía de todas formas. Un momento en que cada momento era tan precioso como el oro… aunque no nos diéramos cuenta. Y es al pasar los días, los meses, los años… que volvemos la mirada al pasado y nos preguntamos cómo pudo cambiar todo tanto.
A veces es porque nosotros mismos hemos cambiado, y nuestra forma de ver las cosas es distinta. Cambian nuestros intereses y nuestras necesidades. A veces, lo que cambia es el mundo, la gente de nuestro entorno. Lo que en un principio eran distintas formas de ver la vida, se convierten en diferencias irreconciliables.
A veces llega un momento en que uno debe elegir, si permanecer fiel al recuerdo de esa edad dorada, y aguantar el chaparrón, asimilarlo, asumir que las cosas cambian y seguir adelante como si nada, o bien permanecer fiel al espíritu de aquella edad dorada, y romper con el pasado, arrancar la semilla del fruto corrupto y plantarlo para crear una nueva vida. Aceptar que todo viene y todo va, y que las edades de oro no son más que una ilusión del momento, que cada momento es el mejor momento de nuestra vida, o el peor, según nos lo propongamos. Aceptar que hay lugares que es mejor no visitar, gente con la que es mejor no hablar, cosas que es mejor no comer, gente a la que NO hay que votar. Aceptar, que hay cosas que nos convienen más, actitudes que nos favorecen, gente que nos complementa, actos que nos enriquecen.
Aceptar, en fin, que por las buenas o por las malas, a veces toca madurar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario