Hoy ha sido un dia bastante completo.
Charla-tertulia ante un plato de chipirones y otro de calamares. Comilona de bocadillos turcos con pastelitos arabes de postre, y merienda de té yogui con milhojas de crema, aderezado todo ello con conversaciones frikis de esas que tanto nos gustan, sonrisas y risas, e incluso alguna que otra carcajada. Vuelta a casa, una cena casera, recien hecha, y ahora, revisar el correo con una taza de té calentito al lado de la estufa. Sonando, las original soundtracks de 1995 de U2.
Maravilloso.
Me siento como uno de esos gatos gordotes y negros, de esos que rebosan de felicidad por sus cuatro costados, y, adormilados, se lamen las patitas, dejando que la estufita les caliente el lomo, soltando un ronroneo de vez en cuando mientras se van cocinando poco a poco, vuelta y vuelta. Ha sido pensando en esto que me he dado cuenta que me estaba rascando la nariz con el dorso de la mano, como si fuera una patita, y me he dado cuenta de que era una patita. Una patita peludita y negra.
He saltado de la silla y me he escurrido por la puerta, saltando y brincando. He explorado el espacio debajo de mi cama, y me he paseado por debajo de la alacena, sorteando los botes de conservas, y he vigilado a mi madre mientras veia la tele, apoyado en lo alto del armario. La he visto dormirse tres veces y despertarse cuando empezaban los anuncios, pobrecilla. Me he dado un garbeo por la cocina, y he trepado por el lavadero hasta el tejado del edificio, y desde allí he contemplado la ciudad. Una marea de luces y sombras, siempre inquieta, un firmamento terrestre mutable y cambiante, lleno de ruidos y olores. He sentido el frío viento empujar las nubes, y la luna, juguetona, ha bailado conmigo por sobre las aceras. He vuelto a casa, agotado y satisfecho, con el pelaje erizado del frio, y me he acurrucado de nuevo junto a la estufa, ronroneando, orondo y satisfecho.
Y ha sido entonces cuando me he puesto a estornudar, preso de alergia de mi mísmo. Pero poco rato, un antialergico y a seguir ronroneando como un gatito bueno, y de allí al sueño, y al duermevela, y el run run se ha hecho perenenne como el respirar.
En momentos como éste hecho de menos a alguien que me rasque la barriga. ¿Voluntarias?
Charla-tertulia ante un plato de chipirones y otro de calamares. Comilona de bocadillos turcos con pastelitos arabes de postre, y merienda de té yogui con milhojas de crema, aderezado todo ello con conversaciones frikis de esas que tanto nos gustan, sonrisas y risas, e incluso alguna que otra carcajada. Vuelta a casa, una cena casera, recien hecha, y ahora, revisar el correo con una taza de té calentito al lado de la estufa. Sonando, las original soundtracks de 1995 de U2.
Maravilloso.
Me siento como uno de esos gatos gordotes y negros, de esos que rebosan de felicidad por sus cuatro costados, y, adormilados, se lamen las patitas, dejando que la estufita les caliente el lomo, soltando un ronroneo de vez en cuando mientras se van cocinando poco a poco, vuelta y vuelta. Ha sido pensando en esto que me he dado cuenta que me estaba rascando la nariz con el dorso de la mano, como si fuera una patita, y me he dado cuenta de que era una patita. Una patita peludita y negra.
He saltado de la silla y me he escurrido por la puerta, saltando y brincando. He explorado el espacio debajo de mi cama, y me he paseado por debajo de la alacena, sorteando los botes de conservas, y he vigilado a mi madre mientras veia la tele, apoyado en lo alto del armario. La he visto dormirse tres veces y despertarse cuando empezaban los anuncios, pobrecilla. Me he dado un garbeo por la cocina, y he trepado por el lavadero hasta el tejado del edificio, y desde allí he contemplado la ciudad. Una marea de luces y sombras, siempre inquieta, un firmamento terrestre mutable y cambiante, lleno de ruidos y olores. He sentido el frío viento empujar las nubes, y la luna, juguetona, ha bailado conmigo por sobre las aceras. He vuelto a casa, agotado y satisfecho, con el pelaje erizado del frio, y me he acurrucado de nuevo junto a la estufa, ronroneando, orondo y satisfecho.
Y ha sido entonces cuando me he puesto a estornudar, preso de alergia de mi mísmo. Pero poco rato, un antialergico y a seguir ronroneando como un gatito bueno, y de allí al sueño, y al duermevela, y el run run se ha hecho perenenne como el respirar.
En momentos como éste hecho de menos a alguien que me rasque la barriga. ¿Voluntarias?
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