sábado, marzo 20, 2004

Kioskero Politoxicomano

Po zi, po zi, ahora soy kioskero. Estoy ayudando a un colega que se ha comprado un kiosko, más que nada en los mediodias y los domingos por la mañana ( que se ve que son la locura ). Una vez más en contacto con mis amados papel y tinta, en esta ocasión con oportunidades diversas de refocilarme envuelto en suplementos de la vanguardia, bajo una avalancha de DvDs, y centenares de revistas de todo tipo. Trabajo de chinos, oiga. No se cuantos miles de colecciones debe de haber en el mercado. Que si sacacorchos de colección ( a casi catorce euros cada uno, y hay un tipo que se ha comprado 21...), que si bolas de nieve con muñecos de Disney dentro, que si setas de plastico ( hay un cliente que las compra para ponerlas en el jardin), y que se yo mil cosas más.

Yo aprovecho para leerme El Jueves, y las tiras de Calvin y Hobbes de la Vanguardia, los cómis de Planeta y alguna que otra revista. Especialmente desternillante la revista para féminas adolescentes, "Loka", totalmente subversiva, llena de mala baba y de articulos descacharrantes, como el que enseña tecnicas para masturbar al novio. Sólo con decir que entre la lista de revistas y libros que recomienda la revista se encuentra el Karma dice, ya dice bastante sobre ella.

El kiosko es un lugar de confluencia de toda la gente del barrio. Gente amable. Gente ocupada. Gente borde. Gente con prisas. Gente que podria hablar durante horas ( y lo hace ). Gente que busca algo y no sabe exactamente que és... y sobre todo y por encima de todas las cosas, gente rara....

Ayer me tocó llevar una tele a una casa. Para empezar, me pregunto en que colección debian de dar una tele como regalo, pero bueno... El caso es que llevé la tele a un primer piso, y la señora que me abrió la puerta me empezó a interrogar sobre su funcionamiento. Yo ya estaba avisado y le dije a la señora que tenia tanta idea de televisiónica como de física nuclear. Mis conocimientos de física nuclear son bastante extensos, pero la gente no parece darse cuenta de ello, por lo que asumió que yo no sabia cómo funcionaba la tele, sin que tuviera necesidad de mentirle, y, por tanto, de sentirme culpable. De todas formas, la conversación se alargaba bastante y yo no sabia cómo irme de ahí, pero, de pronto, tuve ayuda externa, en la forma de un minusculo perrillo faldero con un lazo rojo en la cabeza, que se abalanzó a mis pies con furia visigoda, mordiendome los bajos del pantalón, loco de rabia. Resistiendome con todas mis fuerzas a la tentación de colarlo por el largero de la puerta de un potente chut, me refugié en el ascensor mientras la señora intentaba mantener sujeta a la bestia del reino. Una epopeya, oiga. Luego el compañero del kiosko me confesó que me habia enviado a mi, incauto e ignorante, porque ya conocia a las mujeres del piso y su furioso mastín de hace tiempo. Ni que decir cabe que la buena mujer bajó dos veces al kiosko para comernos la cabeza por que no entendia el mando a distancia.

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