Arthur C. Clarke murió ayer.
Lo ha hecho a los noventa años, que ya querría poder vivirlos más de uno, pero igualmente me ha dolido su partida. A pesar de que hay otros autores que prefiero, o a los que me siento más próximo, con Clarke tenia un vinculo especial.
Era 1985, hace ya 28 años, que viejo me hago, cuando cayó en mis manos mi primer libro de ciencia ficción, o al menos, el primero que yo recuerde.
Había aparecido una nueva colección en los kioskos, la Biblioteca de Ciencia Ficción de Ediciones Orbis. La anunciaba mísmisimo Terminator, del que no sabia practicamente nada, porque no habia visto la pelicula, pero que ya se estaba convirtiendo en todo un icono dentro de la sopa primordial de mi naciente frikismo.
En la primera entrega venían dos libros que me marcarían como lector: El fin de la Eternidad, de Asimov, que me descubriría el maravilloso mundo de los viajes por el tiempo y las paradojas temporales, tan sugerentes y tan mal tratatadas, sobre todo en cine, y 2001, un odisea espacial, de Arthur C. Clarke, el libro que me frikitizó a la tierna edad de 11 años. Sin vuelta atrás.
En 2001 está lo mejor que la ciencia ficción puede ofrecer: preguntas y maravillas.
Tras un prólogo ambientado en la noche primitiva, en el que un misterioso monolito inspira a los antepasados de la humanidad a evolucionar, es encontrado un monolito de piedra negra en la desertica luna del año 2001. ¿Es el mismo que vio nacer al hombre? ¿A quien va dirigida la señal que emite ese segundo monolito al recibir por primera vez la luz del sol en millones de años? ¿Que acecha en Japeto, satélite de saturno? ¿Sigue todavía la evolución del hombre? ¿Cual es el siguiente paso?
Dios mio, está lleno de estrellas...
Quizás una de las frases que más me han impresionado jamás. La puerta de entrada a lo no-ecludiano, a los angulos imposibles de Lovecraft y sus geometrias más allá de la comprensión humana. El mistério de los mistérios.
Durante muchos años, en los que no tenia demasiados libros y compraba menos, releer 2001 y 2010 era un ritual anual. Son los dos libros que más veces he leido en mi vida. Y cada vez que los releo regresa el mistério, regresa la admiración.
Y regresa el recuerdo. De una tarde intemporal, de un parque en los edificios de la Renfe, entre Rio de Janeiro y Avenida Meridiana, sentado en un banco de madera pintado de verde, leyendo, disfrutando del prólogo en la noche primitiva, con el rugido del dientes de sable llenando la noche, y mis padres paseando por allí cerca. Es uno de los pocos recuerdos que conservo de mi madre, antes de su muerte al cabo de pocos meses. Me acuerdo de ella cada vez que hablo del libro o lo releo, y es por esto que debo agradecerle por partida doble a su autor haberlo escrito, por traerme de nuevo el recuerdo de aquella tarde, un recuerdo que me hace derramar lágrimas amargas, pero que a la vez es muy dulce.
Gracias Sr Clarke, y buen viaje. Le echaremos de menos.
Y grácias. Por todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario