martes, diciembre 27, 2005

Navidad, navidad, dulce navidad.

Dulce dulcisima. Me salen las hojaldrinas y el turron por las orejas.

Pasado el trance de las primeras comilonas navideñas, ya queda menos para que pase todo.

Tres dias de mis vacaciones han pasado ya sin que haya hecho nada de provecho. Porque sentarse a comer a las dos de la tarde y terminar los postres a las cinco no puede ser de provecho para nadie. Y más cuando despues del herculeo esfuerzo de levantarte de la silla de casa de tu hermano/a/primo/a/ o padre/madre y desplazarte hasta el sofá de casa (porque lo que no puedes hacer es irte a correr la maraton con semejante sobrepeso), a lo máximo que puedes aspirar es a lograr seguir la trama de las peliculas de sobremesa de Antena3. Olvidate de los packs de DVD que te compraste y que llevas meses sin poder ver por falta de tiempo, no está el horno para bollos. Ni para pensar en bollos ni en nada que tenga que ver con la comida o con pensar. Un leve tic en la pestaña mientras miras la tele, abotargado, revela que la actividad cerebral sigue en marcha, como el LED del pc.

Estos dias pasan en un trance de hiperglucemia, hiperalcoholemia, hipercolesterolemia, hipercuñadolemia, hiperniñogritonlemia, hiperporquenaricesmehantenidoquedarvacaciones -JUSTO- estasemanalemia. Con lo bien que estaria yo trabajando en lugar de estar inmerso en toda esta vorágine de familiares gritones, platos rebosantes y esa sensación de aturdimiento tan indescriptible fruto de la acumulación de ruido, empacho, alcohol, humo y verguenza ajena. ¿Es un error de Matrix o realmente mi cuñada está explicando/gritando ooooooooootra vez las mismas anecdotas de cada año? Entramos en un bucle infinito. Es el espiritu de las navidades pasadas, presentes y futuras, uno y trino, manifestandose en toda su gloria y a pleno pulmón.

Y aun falta fin de año... sólo que, por lo que parece, he logrado escapar por los pelos. Me quedo en casa. "En casa". Ahora entiendo el sentido protector y de santuario que tiene esta palabra, y que me fue revelado ya en un primer momento en el parvulario. Te podian perseguir y hacerte correr de un lado a otro, dispuestos a traspasarte la "peste alta" o mil y una afecciones infantiles, pero si te subias al reborde del edificio estabas "en casa". Eras invulnerable, estabas seguro y a salvo. Así estoy yo hoy.

Mientras aguante la barricada de excusas lograré mantener fuera de estos muros a esas hordas de cuñados devoradores de cerebros, y mutantes adolescentes-pideplaystations. Pero noto como tantean mis defensas buscando un resquicio para venir a visitarme o invitarme por sorpresa.

Soy leyenda.

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