Hans Moravec, de acuerdo a lo que cuenta Dan Simmons en Ilion antes de ponerse realmente aburrido, fue un investigador que durante el siglo XX formuló una serie de preguntas sobre qué significaba ser humano, sentando las bases del transhumanismo.
Moravec se preguntaba en qué momento dejábamos de ser humanos para convertirnos en otra cosa. ¿Sigue siendo humana una persona sin piernas? Indudablemente. ¿Y si tuviera piernas robóticas? Pues también. ¿Y si no fueran sólo las piernas? ¿Y si fueran substituidos también los principales órganos internos? ¿Sigue siendo humana una persona que ha perdido la movilidad por completo? ¿Seguiría siéndolo si su cerebro fuera transplantado a una interfaz robótica? ¿Si los impulsos nerviosos fueran registrados y trasladados a una matriz informática y el original orgánico fuera descartado? ¿Qué nos define como humanos? ¿Nuestra forma física? ¿Nuestro cerebro? ¿Nuestra mente como información pura, datos, reglas y axiomas?
O, substituyendo el enfoque mecanista por el formista: ¿Cómo afectarían las modificaciones genéticas nuestra visión del ser humano? ¿Qué porcentaje de modificación del ADN aceptaríamos como todavía humana? Selección de sexo, color de pelo, altura, peso, predisposición a las enfermedades, músculos y esqueleto optimizados, sistema digestivo, inmunología, regeneración, adaptación al vacío, fotosíntesis….
¿Donde está la barrera? ¿Dónde está el punto de no retorno?
“Humano” es una etiqueta y las etiquetas no son sino signos lingüísticos, cuya forma, el significante, se mantiene en el tiempo, mientras que su contenido descriptivo, el significado, evoluciona. El concepto de “Humanidad” ha variado mucho con el tiempo, y se ha ido refinando. Lo hemos moldeado creando un referente de cómo nos gustaría o nos daría miedo ser, dependiendo de la época y los movimientos culturales de cada momento.
Estas preguntas son la base de un transhumanismo emergente, posmodernista. Estamos cambiando, pero los cambios son demasiado bruscos y desconcertantes. No terminamos de saber a donde vamos. Vivimos en una época caótica, llena de contradicciones, morales, credenciales y vitales, y el miedo al cambio nos paraliza como especie. El cambio está llegando, pero todavía nos queda lejos, hay mucho que aprender.
Algunos hemos aprendido a volcar parte de nuestra consciencia y nuestros recuerdos en primitivas interfaces maquinales. Tenemos agendas electrónicas que organizan nuestra vida, ordenadores que nos permiten dan forma a nuestro pensamiento y expresarlo en narraciones coherentes y obras plásticas de una riqueza prácticamente fractal. Nuestra capacidad de proceso de la información se eleva en millones de kilobytes por segundo, somos capaces de extender nuestra volición a las bases mismas de la materia y de desintegrar la estructura atómica. Este volcado de datos no es intrusivo, sino que utiliza interfaces físicas simples: teclados, ratones, sensores. Nada demasiado complicado.
Hemos aumentado nuestra longevidad y aprendido a luchar contra algunas enfermedades graves. Ya podemos detectar malformaciones en la gestación y, en algunos casos, solventarlas. Pero los actuales prejuicios culturales a la investigación sobre individuos sintientes y células madres enlentecen nuestro progreso.
Ha habido cambios, muchos cambios, en muy poco tiempo. Dudo que para la categorización del individuo primitivo un homo tecnológico actual pudiera seguir considerándose humano. Hemos empezado ya un cambio que lenta pero inexorablemente nos alejará de lo que fuimos.
¿Y qué seremos? No podemos sino especular, y eso es algo que la ciencia ficción ha hecho, y extensamente. Gente como Bruce Sterling o John Varley o Philip K. Dick y toda la gente que conforma el actual movimiento transhumanista.
Palabrería y palabrería. Especulaciones en el vacío. Pajas mentales.
O eso pensaba ayer.
Llevo unos días pensando en comprarme un E-Reader. ¿Y esto qué tiene que ver?, diréis. Pues poco y mucho.
Yo siempre he sido un fetichista de los libros. De su tacto, de su olor, de sentir su peso en mi mano, el placer de la expectación al pasar página, el sentimiento de finalidad al fin de capitulo, ese punto de añoranza al terminar la obra, al sentir que no hemos leído suficiente, que habría estado bien un poquito más…
Pero el tiempo pasa para todos. Las hojas amarillean, los bordes se desgastan, el lomo se cuartea, la colección cada día ocupa más sitio. Por la red circulan libros escaneados, versiones en Word. Pero no son libros. Los libros tienen peso, olor, sabor. Pasa el tiempo y compramos una reedición de un clásico ya desgastado. No es el mismo libro que leímos. Estamos incómodos ante él. ¿Porqué? ¿Acaso el contenido no es el mismo? ¿Acaso no es papel también, no tiene peso, sabor, olor? ¿Dónde empieza el libro y donde acaba?
¿Qué son los libros sino retazos de pensamiento estructurado? Información.
Tomo en mis manos el E-reader. En su interior se halla una biblioteca virtual cuya versión física se extiende a lo largo de toda mi casa. Una tonelada de papel contenida en un artefacto de doscientos gramos. Paso las páginas a toque de botón. Cada palabra, cada coma, cada párrafo, es un espejo de la versión en papel. ¿Es un libro?
¿Qué es un libro? ¿Es una envoltura, un formato, un receptáculo, un contenido, una expresión? ¿Dónde están los límites?
No hay más límites que los queramos crear con nuestra mente caduca de primate.
Ha llegado el momento de transcender.
O extinguirse.
Moravec se preguntaba en qué momento dejábamos de ser humanos para convertirnos en otra cosa. ¿Sigue siendo humana una persona sin piernas? Indudablemente. ¿Y si tuviera piernas robóticas? Pues también. ¿Y si no fueran sólo las piernas? ¿Y si fueran substituidos también los principales órganos internos? ¿Sigue siendo humana una persona que ha perdido la movilidad por completo? ¿Seguiría siéndolo si su cerebro fuera transplantado a una interfaz robótica? ¿Si los impulsos nerviosos fueran registrados y trasladados a una matriz informática y el original orgánico fuera descartado? ¿Qué nos define como humanos? ¿Nuestra forma física? ¿Nuestro cerebro? ¿Nuestra mente como información pura, datos, reglas y axiomas?
O, substituyendo el enfoque mecanista por el formista: ¿Cómo afectarían las modificaciones genéticas nuestra visión del ser humano? ¿Qué porcentaje de modificación del ADN aceptaríamos como todavía humana? Selección de sexo, color de pelo, altura, peso, predisposición a las enfermedades, músculos y esqueleto optimizados, sistema digestivo, inmunología, regeneración, adaptación al vacío, fotosíntesis….
¿Donde está la barrera? ¿Dónde está el punto de no retorno?
“Humano” es una etiqueta y las etiquetas no son sino signos lingüísticos, cuya forma, el significante, se mantiene en el tiempo, mientras que su contenido descriptivo, el significado, evoluciona. El concepto de “Humanidad” ha variado mucho con el tiempo, y se ha ido refinando. Lo hemos moldeado creando un referente de cómo nos gustaría o nos daría miedo ser, dependiendo de la época y los movimientos culturales de cada momento.
Estas preguntas son la base de un transhumanismo emergente, posmodernista. Estamos cambiando, pero los cambios son demasiado bruscos y desconcertantes. No terminamos de saber a donde vamos. Vivimos en una época caótica, llena de contradicciones, morales, credenciales y vitales, y el miedo al cambio nos paraliza como especie. El cambio está llegando, pero todavía nos queda lejos, hay mucho que aprender.
Algunos hemos aprendido a volcar parte de nuestra consciencia y nuestros recuerdos en primitivas interfaces maquinales. Tenemos agendas electrónicas que organizan nuestra vida, ordenadores que nos permiten dan forma a nuestro pensamiento y expresarlo en narraciones coherentes y obras plásticas de una riqueza prácticamente fractal. Nuestra capacidad de proceso de la información se eleva en millones de kilobytes por segundo, somos capaces de extender nuestra volición a las bases mismas de la materia y de desintegrar la estructura atómica. Este volcado de datos no es intrusivo, sino que utiliza interfaces físicas simples: teclados, ratones, sensores. Nada demasiado complicado.
Hemos aumentado nuestra longevidad y aprendido a luchar contra algunas enfermedades graves. Ya podemos detectar malformaciones en la gestación y, en algunos casos, solventarlas. Pero los actuales prejuicios culturales a la investigación sobre individuos sintientes y células madres enlentecen nuestro progreso.
Ha habido cambios, muchos cambios, en muy poco tiempo. Dudo que para la categorización del individuo primitivo un homo tecnológico actual pudiera seguir considerándose humano. Hemos empezado ya un cambio que lenta pero inexorablemente nos alejará de lo que fuimos.
¿Y qué seremos? No podemos sino especular, y eso es algo que la ciencia ficción ha hecho, y extensamente. Gente como Bruce Sterling o John Varley o Philip K. Dick y toda la gente que conforma el actual movimiento transhumanista.
Palabrería y palabrería. Especulaciones en el vacío. Pajas mentales.
O eso pensaba ayer.
Llevo unos días pensando en comprarme un E-Reader. ¿Y esto qué tiene que ver?, diréis. Pues poco y mucho.
Yo siempre he sido un fetichista de los libros. De su tacto, de su olor, de sentir su peso en mi mano, el placer de la expectación al pasar página, el sentimiento de finalidad al fin de capitulo, ese punto de añoranza al terminar la obra, al sentir que no hemos leído suficiente, que habría estado bien un poquito más…
Pero el tiempo pasa para todos. Las hojas amarillean, los bordes se desgastan, el lomo se cuartea, la colección cada día ocupa más sitio. Por la red circulan libros escaneados, versiones en Word. Pero no son libros. Los libros tienen peso, olor, sabor. Pasa el tiempo y compramos una reedición de un clásico ya desgastado. No es el mismo libro que leímos. Estamos incómodos ante él. ¿Porqué? ¿Acaso el contenido no es el mismo? ¿Acaso no es papel también, no tiene peso, sabor, olor? ¿Dónde empieza el libro y donde acaba?
¿Qué son los libros sino retazos de pensamiento estructurado? Información.
Tomo en mis manos el E-reader. En su interior se halla una biblioteca virtual cuya versión física se extiende a lo largo de toda mi casa. Una tonelada de papel contenida en un artefacto de doscientos gramos. Paso las páginas a toque de botón. Cada palabra, cada coma, cada párrafo, es un espejo de la versión en papel. ¿Es un libro?
¿Qué es un libro? ¿Es una envoltura, un formato, un receptáculo, un contenido, una expresión? ¿Dónde están los límites?
No hay más límites que los queramos crear con nuestra mente caduca de primate.
Ha llegado el momento de transcender.
O extinguirse.
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