El post que os cuelgo ahora lo escribí hace unos dias, pero como no me encontraba bien no he podido colgarlo hasta hoy.
Paradojicamente, todo parece distante. La emotividad se aplana. El amor es menos amoroso, nuestras reservas energeticas menguan, nuestro cuerpo es una masa distante que sólo nos ofrece molestias. Los pensamientos no fluyen, sino que gotean, la memoria es un glaciar que se desplaza a su propio ritmo. Sólo te consuela saber que podría ser peor. Eso es una migraña, pero no una crisis. Con las crisis llegan los vómitos, la desorientación, la desesperación, el autentico convencimiento de que la tortura nunca terminará, la aniquilación de todas las esperanzas e ilusiones.
Mas llega la noche. Soy un ente nocturno, siempre lo he sido y siempre lo seré. Practicamente la totalidad de las migrañas que padezco me vienen de levantarme demasiado pronto para lo que mi cuerpo tolera. Ojo, digo tolera, no “está acostumbrado”. Digo yo que si todavia no se me ha acostumbrado el cuerpo a madrugar despues de toda mi infancia y primera juventud levantandome para ir a clase, y toda mi temporada de teleoperador madrugador, pues ya no se me va a acostumbrar nunca.
Llega la noche decía. Y con la noche llega la retirada de la luz solar que, llamadme vampiro si quereis, no me importa, se me clava en los ojos como puñales. Y con la noche llega la calma. Llega el despertar. Llega la claridad. Las emociones reaparecen, apiñandose, saturando mi cuerpo de energia. Llega la vitalidad que me ha esquivado todo el dia. Llega la alegría. Regresa la esperanza y la ilusión. Mi sonrisa regresa de nuevo y la carga que me ha acompañado todo el dia desaparece llevandose consigo todas las sombras. En estos momentos lo puedo hacer todo. Nada me da miedo.
Siempre me ocurre lo mismo tras recuperarme de una crisis. El contraste con el dolor hace que estar normal equivalga a haberme metido un chute de endorfinas.
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