Citando:
Es fácil: copiar el párrafo segundo de la página 139 del libro que estés leyendo en ese momento. Se presupone, pues, que te gusta leer y que tienes tiempo para ello.
Como Juanma y Álex, procastino lecturas de forma continua, sobretodo en estos dias de vorágine en que combino universidad, trabajo, club de lectura y vagancia extrema, así que voy a citar no un libro sino varios.
La história interminable, de Michael Ende, es el libro que toca comentar este jueves en el club de lectura de la biblioteca Jaume Fuster, de Plaza Lesseps.
Al tembloroso resplandor de las velas, los ojos de cristal del zorro, la lechuza y la enorme águila real parecían casi vivos. Las sombras de los animales se agitaban enormes en la pared del desván.
El reloj de la torre dio siete campanadas.
Un parrafo que confirma una vez más que Ende, pese a ser considerado un clásico del cuento infantil y un orfebre de fantasías infatiles, en realidad es un tipo bastante malrollante con un punto oscuro. Y al que le queden dudas, que se lea El espejo en el espejo.
Mi segundo libro es Jitanjafora, de Sergio Parra. Un libro que he empezado varias veces, todas ellas disfrutandolo mucho, pero cuya lectura se ve truncada continuamente por eventos inevitables.
Aprendió a llorar.Todos, al hacerlo, nos transformamos, devastando nuestro sólido e inmutable encanto, como sucede cuando estamos recién levantados. No podía erigirse como hechicero si al llevar a cabo una de las funciones más emotivas que existen su rostro remedaba el de un niño sofocado, mocoso y gangoso, formando hilos de baba entre los labios. Lloró cada día de seis a siete de la tarde hasta que el acto se le antojó tan mecánico como pestañear. En ese sentido también aprendió a controlar el descontrol. Un actor nunca se propasa, sólo representa la ficción de que se propasa. Un actor no grita hasta llegar al falsete o hasta desgarrarse la voz alcanzando la afonía, sino que grita al igual que un cantante de ópera, modulando la voz: llegando al auditorio y arrancándole las emociones.
El tercer libro es LTI: La lengua del Tercer Reich, apuntes de un filológo, de Viktor Klemperer, un filologo judio residente en Berlín. Viktor Klemperer empezó a tomar notas en 1933, el año en que los nazis llegaron al poder, y continuó trabajando en secreto mientras vivía al filo de la navaja y simpatizantes nazis intentaban que su mujer aria se divorciase de él para poder deportarlo. Apenas he leído algunas páginas, pero encuentro que se trata de un análisis sobre los peligros de la manipulación del lenguaje muy interesante. Mi intención es compaginarlo con la lectura del 1984, el siguiente libro del club de lectura.
Por cierto, mirandolo bien, la frontera entre lo romántico y lo real es bastante incierta. Quien utiliza la denominación abreviada de un producto industrial o de una dirección telegráfica siempre tendrá, de manera más o menos intensa, más o menos consciente, la sensación estimulante de destacar de la multitud por un saber particular, por una conexión especial, y de pertenecer en cuanto a iniciado a una comunidad singuar; y los expertos que han creado la abreviación correspondiente son muy conscientes de este efecto y cuentan con él. A todo ésto queda claro, desde luego, que la demanda moderena generalizada de abreviaturas surgió a partir de necesidades comerciales e industriales reales. Y tampoco puede afirmarse con precisión por dónde discurre la frontera entre las abreviaciones industriales y las cientificas
Impregno con bacilos infeccioso-memiles a ese monstruo feliz que es Alfredo Álamo, a Maladriel, el hada oscura del Vertedero de palabras, a la cafeinomana Errantus, al frikiteario Upuaut y a Uno que pasaba por aquí.
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