Ya han terminado las obras de la fachada de mi edificio. Se acabaron los interminables dias de picar y repicar, de trasiego de materiales, martillazos y picazos… Se terminó ese velo negro que tapaba el sol, se acabaron los andamios inestables y la necesidad de vivir con las luces encendidas y las persianas bajadas, para que no se acumulara el polvo ni aparecieran las miradas indiscretas.
Se acabaron tambien la gripe y las vacaciones, y los trabajos más duros de la UOC.
Durante estas semanas pasadas he vivido recluido por la enfermedad, el deber y la necesidad, ajeno a la luz del sol y el aire puro. Mi habitación era como la madriguera de un animal enfermo, con el sindrome diógenes por añadidura. Una mezcolanza de envases de zumo gastados, apuntes desordenados, cómics, libros, borradores, hojas en sucio, envoltorios de madalenas y bolsas vacias de patatas lays campesinas, nueva receta. La maleta del regreso de Sevilla a medio deshacer, usada como mesita improvisada en la que colocar estratégicamente los apuntes a medio consultar, y un reguero de miguitas de queso que conduce desde la habitación a la nevera. A pesar del frío, el radiador aparecia abandonado, por miedo a producir la combustión de los materiales acumulados. Debido al frio, las capas de ropa se amontonaban en la silla, a la espera de su ocupante. Y paquetes de clínex usados por todas partes... (usados en sonarme las narices, mal pensados).
Todo esto ha cambiado!!!! El cambio ha llegado!!! Se ha hecho la luz.
Ahora tengo levantadas las persianas.
Barrer, ya barreré... mañana.
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