El hecho de estar repartidos entre varios hoteles fue una lástima, puesto que nos perdimos algo muy divertido del año pasado, que fue estar danzando de habitación en habitación, viendo como nos quedaban los disfraces, pero bueno, a pequeña escala tambien pudo hacerse :D.
Este año la espicha tocaba victoriana, del siglo diecinueve. Despues de mucho divagar, me acabé decidiendo por el disfraz de pistolero, que tambien son cosa del siglo XIX: ropa negra, camiseta tejana desteñida de puro viejo, chaleco y sombrero (añadido de última hora aprovechando el sombrero promocional de la semana negra), con una pistolita y su cartuchera correspondiente, que se rompió a los cinco minutos, de lo vieja que debia ser. Rudy me habia ofrecido una de sus reproducciones, pero al final se la rechacé, primero por el peso, y luego que me daba miedo que le pasase cualquier cosa.
La cena fue muy similar a la del año pasado: muchos platitos con cabrales y membrillo, chorizo a la sidra, tortillas, croquetas y buñuelos, conejo al ajillo... y sidra para parar un carro. Este año ya controlé mejor la sidra que el año anterior. Aquello era un hervidero de risas y conversaciones, de bríndises y gritos. Durante la cena hubo además un rol en vivo, que hizo que todo un grupo de gente se mostrara muy movido y no parase quieto, un concurso de disfraces, que ganaron Breich y Natalia-Maivermin (aunque el mejor disfraz fue, en mi opinion, el de Odemlo, que iba de sombrerero loco). Tambien hubo la entrega del premio Avalon, del que yo era finalista y que se merece una entrada aparte, aunque sea sólo por exibicionismo.
La espicha es un momento muy especial: estás tomando algo y cenando con cantidad de compañeros a los que has conocido por primera vez hace unas horas o quizás hace un año, pero de los que más que nada conoces una faceta "virtual". Es como estar con gente a la que conoces de toda la vida y con la que hay un nexo muy dificil de explicar. La conversación suele estar llena de sobreentendidos y las sonrisas y las risas flotan sólas en el ambiente, porque aunque nunca hayas cruzado una palabra con la persona que tienes a tu lado, sabes que hay un punto en común, y sólo por eso, por estar a tu lado, ya la aprecias.
Durante la cena, el mundo es un pañuelo, conocí a una pareja: Alfredo y Raquel. Resulta que Raquel ha coincidido este año conmigo en una asignatura en la UOC. Ambos estudiamos la misma carrera, y hemos hecho inglés juntos. Durante un ejercicio de clase tocaba recomendar un libro y yo recomendé Tejedores, a la vez que ella recomendaba Fabulas invernales. Reconocernos en la Asturcon fue una absoluta sorpresa.
Otro aspecto maravilloso de la cena es estar mano a mano con editores y autores. Entre nosotros habia escritores españoles, como Rafa Marin, Juanmi Aguilera, Angel Torres Quesada y Rodolfo Martinez (que tambien es organizador), pero tambien estaban John Kessel, Andrej Sapkowsky y Cristopher Priest, y uno de los bonuses de la cena era poder conversar con ellos y aprender.
Despues de la cena, volvimos a los hoteles para cambiarnos (algunos de nosotros cantando "Que buenos son, que buenos son, los de la estación, que nos llevan de excursion", cómo íbamos...), y nos fuimos, segun alguna gente, "a tomar algo", y segun otros "a caminar demasiado". Cuando llevabamos ya unos cuarenta minutos paseando por el paseo maritimo camino de quien sabe ande, unos pocos dimos vuelta atrás y nos fuimos a tomar algo a la Semana Negra. Yo me pedí un Baileys, y me dieron a elegir entre chupito y copa. El chupito era un vaso de tubo con dos hielos lleno de Baileys hasta la mitad. No pregunté como era la copa ni cuantas manos hacian falta para levantarla. Nos quedamos un ratillo hablando allí en compañia de Berrinche y Francis Gerard (sé que habia más gente, pero sólo recuerdo bruma), y volvimos al hotel a recuperar fuerzas.
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